Gestionar la diversidad, es también gestionar la comunicación
06-07-2020
En el mes del orgullo, el Consejo Profesional de Relaciones Públicas – a través de la Comisión de Educación- nos invita a reflexionar acerca de la gestión de la diversidad en el mundo de la comunicación.
*Autoras: Carolina A. Carbone y Luz Canella Tsuji docentes investigadoras de la UNLZ y miembros de las Comisión de Educación del CRRP, quienes lideran actualmente una investigación acerca del techo de cristal en las Relaciones Públicas.
El 28 de junio fue consagrado como el Día internacional del Orgullo LGBT, en conmemoración de los disturbios de Stonewall, en Nueva York, EE.UU. en 1969. Esto es una respuesta política a un sistema cultural, político y social donde la hetero cis normatividad se manifiesta aún hoy como represora y violenta ante aquello que considera “diferente”. En el Mes de la Diversidad, más de 50 años después de este hito en la historia de la lucha por el reconocimiento de los derechos de las personas LGBTQI+, nos encontramos aun invitando a reflexionar sobre la necesidad de entender la diversidad desde el paradigma de los DD.HH. Se trata entonces de atender las diferencias en nuestras identidades de géneros, en nuestras orientaciones sexo afectivas, como fenómenos que se dan en el seno de sociedades plurales, donde velamos por la tolerancia y el respeto a los derechos de todos, todas y todes, y donde -por supuesto- estamos pensando en quienes se identifican con la heterocisnormatividad también.
En 2007 fueron presentados ante el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas en Ginebra los Principios de Yogyakarta - también conocidos como los Principios sobre la aplicación de la legislación internacional de derechos humanos con relación a la orientación sexual y la identidad de género- que buscan ser una herramienta más desde el ámbito legal para erradicar de una vez y para siempre las violaciones a los Derechos Humanos que siguen padeciendo las personas por su orientación sexual e identidad de género, real o percibida, a nivel global.
En el ámbito local, contamos con legislación de avanzada en materia de DD.HH., al haber sancionado en 2006 la Ley 26.150 que crea el Programa Nacional ESI (Educación Sexual integral) -aunque hoy siga siendo discutido por ciertos sectores- que establece la obligatoriedad de la educación sexual de manera transversal en los distintos niveles educativos del sistema dentro del territorio nacional argentino. El espíritu de la ley es fortalecer, en el marco de la escuela, a los, las y les niños/as/es y adolescentes para poder identificar, problematizar y actuar frente a situaciones que vulneren sus derechos, y generar respuestas de protección y reparatorias, por parte del Estado, frente a estas situaciones. Por otro lado, con la sanción de las leyes 26.618 de Matrimonio Civil -conocida como Ley de Matrimonio igualitario-, sancionada y reglamentada en 2010; y la Ley Nacional 26.743 de Identidad de Género, sancionada en 2012, el Estado Argentino se ha posicionado como pionero en Latinoamérica -y a nivel mundial- en el reconocimiento de los Derechos del colectivo LGBTQI+.
Sin embargo, aún hoy, es necesario en nuestras sociedades llamar a la reflexión sobre la importancia de atender a esta realidad que nos interpela. Como comunicadoras nos encontramos día a día discutiendo la construcción de sentidos sobre la realidad, y la reivindicación de la diversidad como eje central en el paradigma de los DDHH no es la excepción. Siguiendo los lineamientos propuestos por la UNESCO, entendemos que a través del discurso -por su indivisible relación con el pensamiento-, tenemos la posibilidad de influir positivamente en la generación de comportamientos y realidades más empáticas, inclusivas y humanitarias.
La dinámica de los cambios en la sociedad nos exige repensar de manera continua nuestro ejercicio profesional, por lo que hoy en día pensar en comunicaciones sin perspectiva de género(s) nos llevaría a incurrir, por oposición, a comunicar desde un posicionamiento machista y patriarcal. Ya no podemos darnos el lujo de creer que el paradigma de la comunicación no sexista, inclusiva e igualitaria es una moda o de uso exclusivo para ciertos sectores: la forma en que utilizamos el lenguaje genera contenidos en sí mismo, nos posiciona en un lugar en el mundo y construye un tipo de relación con nuestros públicos. Somos comunicadores y comunicadoras, y como tales nuestro campo de juego es el lenguaje: entendemos que el lenguaje sexista reproduce relaciones asimétricas, jerárquicas y desiguales, donde se han cristalizado el racismo, clasismo, machismo y heterocissexismo de las sociedades que lo utilizamos. Si acordamos que este no es el tipo de sociedades que queremos perpetuar en las futuras generaciones, el momento de actuar es este.
¿Qué estamos comunicando cuando comunicamos? Aportes desde la investigación y la educación.
Pensar en la diversidad y las Relaciones Públicas implica tener como eje rector de nuestro ejercicio profesional la ética: hay temas, enfoques y perspectivas discriminatorias, violentas, que aluden al avasallamiento de los derechos humanos, por ejemplo, que no son abordables ya desde el humor o la ironía y que requieren imperiosamente una mirada ética para ser tratados (o evitados en algunos casos). Esta reflexión profunda sobre nuestras acciones y sus efectos nos permitiría evitar comportamientos no éticos o, lo que sería aún mejor, trabajar para mejorar la vida de los integrantes del entorno natural y social de la organización.
Comunicamos para una sociedad que está dando pasos agigantados en la reivindicación y conquista de derechos para las minorías históricamente marginadas - basta con pensar en las reacciones mundiales por el caso Floyd, o el impacto en la opinión pública a partir de la muerte de Ramona Medina, en mayo de este año, que puede ser analizada desde la perspectiva de la interseccionalidad del género (raza, clase, género)-.
Y esta realidad nos invita a la reflexión, a pensar ¿Cuán diversos son nuestros equipos de trabajo? Contar con equipos diversos desde la perspectiva de los géneros, las orientaciones sexo afectivas, las razas, las edades, los espacios de formación, nos permite contar con miradas del mundo diversas, plurales y esto sin dudas redunda en la creación de contenidos amplios e inclusivos.
A las luces de los resultados preliminares de investigaciones académicas que estamos realizando con un equipo de docentes investigadoras de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, nos aventuramos a destacar que el trabajo colaborativo, en lugares donde la expresión y el intercambio de ideas distintas sea el combustible, nos permitirá desterrar prácticas comunicacionales donde los estereotipos de géneros sigan perpetuando situaciones asimétricas y desiguales, como la masculinidad tóxica y la homofobia o el rol doméstico e inferiorizado de las mujeres.
Generar contenidos que atiendan a estas perspectivas diversas e inclusivas hoy es también una cuestión económica: los públicos mediante las redes sociales son quienes tienen el poder de veto instantáneo sobre aquellos mensajes que no consideran éticos, y para nosotros -organizaciones- esto implica una gran pérdida de tiempo, recursos y dinero. Influiremos mejor en la construcción de nuestra reputación a partir de la ética, la coherencia, la responsabilidad social y finalmente a partir de las conversaciones que establezcamos con nuestros stakeholders, y estos son y serán siempre diversos.
La diversidad implica la apreciación del carácter distintivo de los demás. Comprender y apreciar estas diferencias nos permitirá fortalecer nuestros vínculos. La pregunta definitiva sería ¿qué valores queremos comunicar para el mundo que estamos construyendo?
La interseccionalidad es un término acuñado por Kimberlé Crenshaw, para hacer referencia a un marco diseñado para explorar la dinámica entre identidades coexistentes (por ejemplo, mujer, negra) y sistemas conectados de opresión (por ejemplo, patriarcado, supremacía blanca).