Mi caja de herramientas: Delenga Est Carthago

05-08-2020

Una idea central del discurso y la dialéctica. Una nueva entrega de la columna

Aeropuertos Argentina 2000

*Por Gustavo Pedace. gpedace@roggio.com.ar 

 

En la caja de herramientas están los discursos, abajo, hay que revolver. Las ocasiones y los discursos son una herramienta excepcional. El problema es que no todos disfrutan de dar discursos, la mayoría lo padece. Los empresarios suelen escaparle y cuando tienen que hacerlo porque no les queda otra, van tan preparados que lo que resulta es de una corrección insípida.

 

Pero generar ocasiones y aprovecharlas es una tribuna única e irrepetible.

 

Cuando el que hace el discurso tiene un objetivo (y es bueno) es demoledor.

 

Si no, veamos el caso del Senador romano Catón, el Censor.

 

En la primera mitad del siglo III a.C. Cartago era la capital de una próspera república comercial. Abarcaba todo el Mediterráneo occidental, desde Libia hasta Cádiz, más allá de Gibraltar. Fundada por los fenicios cinco siglos antes Cartago no sometía militarmente a sus territorios, sino que los incorporaba a una activa red comercial que buscaba abrir siempre nuevos mercados. Así, en poco tiempo se convirtió en una de las ciudades más ricas del mundo antiguo.

 

Tenía dos puertos, uno comercial y otro militar, ambos artificiales y comunicados por un canal navegable, lo que nos da una idea del desarrollo que llegó a alcanzar la ingeniería cartaginesa. El puerto militar podía albergar hasta 220 barcos, era circular y en el centro se alzaba una isla, también artificial, sede del almirantazgo. La ciudad estaba protegida por una triple muralla de 25 metros de altura y 10 de ancho, y su interior estaba cruzado por anchas avenidas que comunicaban los elegantes barrios, con edificios de hasta siete pisos, sistema de aguas servidas y baños públicos. Dicen que llegó a tener 700.000 habitantes, toda una megalópolis en el mundo antiguo, justo antes de que fuera destruida por Roma.

 

No hay que pensar mucho para entender que era un gran obstáculo para las pretensiones expansionistas romanas. Unificada la península itálica, a Roma se le planteaba ahora el tremendo reto de la supremacía sobre el Mediterráneo.

 

Eso lo sabía bien Catón el Viejo, el senador que no se cansaba de repetir delenda est Carthago (“Cartago debe ser destruida”) en todos sus discursos. Catón, conocido también como “el Censor”, era un vehemente campeón del conservadurismo. Defendía la vuelta a las austeras costumbres de los primeros romanos y por supuesto sentía especial repugnancia por el lujo y la opulencia en que vivían los cartagineses.

 

Doblegar a una potencia marítima como Cartago no podía ser sencillo. Fueron necesarias décadas y mucha sangre para conseguirlo. Tres guerras, llamadas «Púnicas» por el nombre que los romanos daban a los ancestros de los cartagineses (Poenici, fenicios), se extendieron durante casi un siglo, desde el año 264 al 146 a.C.

 

Una semana ardió la ciudad, pero aquello no fue suficiente. La orden del senado era arrasar Cartago desde sus cimientos, que no quedara piedra sobre piedra ni memoria alguna de ella. Entonces los soldados romanos, con saña incalificable, durante diecisiete días se dieron a la tarea de remover sus escombros humeantes, abrir surcos en la tierra y sembrarle sal para que nunca más pudiera brotar nada de sus entrañas. Cartago, o lo que quedó de ella, fue finalmente convertida en la provincia romana de África.

 

Esas palabras que Catón el Censor repetía y repetía, al comienzo, en medio y al final de sus discursos fueron decisivas. Lo usó como un latiguillo abrumador al finalizar cualquier tema que se tratara entre sus pares.

 

Jamás la vio destruida, ya que murió tres años antes de que esto ocurriese.

 

Hace unos años cuando trabajaba en una compañía de servicios públicos, un técnico regulatorio que era un enorme escritor y ponía magia en donde los abogados ponían razones para demostrar que tenían razón, un día leyendo una carta regulatoria me llamó la atención que había una idea fuerza que en 10 páginas la repetía idéntica unas 15 veces. Cuando le pregunté si no era un error me respondió “Delenda est Carthago”. Tardé unos años en entenderlo.

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