Lo que dejamos el día que corrimos
20-08-2020
Observación directa de un pasado cercano que nos espera intactos.
*Por Gustavo Pedace. gpedace@roggio.com.ar
Volví hace unos días a mi oficina (todavía vidrios y tabiques, lo que parecería que en los tiempos que vienen estará bien) clásica, como corresponde a una empresa de más de 110 años.
Al salir del ascensor fue como si en lugar de salir a la recepción hubiera viajado a un cine, y al salir, me hubiera metido en una de esas películas en las que algo pasa que todos salen corriendo.
Como si Orson Welles estuviera relatando otra vez en la radio “La guerra de los mundos” y la urgencia por huir hubiese dejado huellas por todos lados.
La penumbra, solo algo de luz natural filtrando por las ventanas, pero todo en su lugar, quieto, es lo primero que golpea.
Y el silencio.
No hay ni ruidos de impresoras, ni teléfonos, ni teclados ni cafetera (tenemos una de esas de los bares que suenan como el Orient Express) ni mucho menos voces.
Camino hacia mi escritorio, a paso lento, como si la situación me lo impusiera y ahí estaban, esperando desde ese lunes que decidimos cerrar las oficinas centrales, los diarios del fin de semana en el que todo cambió.
Los tenía ahí esperando, como todos los lunes, la pila del diario en papel, clásicos como la oficina. Vintage quizá.
Las tapas de ese día, todas, eran idénticas, un recuerdo monocromático pero intenso, de una campaña potente que protagonizó el Consejo.
Todo esperaba, monitores de los escritorios de las secretarias encendidos y sus fotos de momentos lindos, los diarios, todo oscuro y limpio, como si de pronto algo inesperado hubiera corrido todo rastro de vida.
Esa normalidad, ahora hablamos de una nueva, estaba ahí esperando. No estaba mal, en definitiva crecimos en ese ambiente, en esas costumbres, en esos horarios.
El tiempo traerá las respuestas.