Mi caja de herramientas: C33
06-09-2020
Nueva entrega de la columna que brinda una mirada analítica sobre la realidad, para enriquecer nuestro día a día profesional.
*Por Gustavo Pedace. Gerente de Asuntos Públicos en Grupo Roggio y ex Presidente del Consejo.
Un hombre de 41 años está sentado durante horas en una estación de Londres esperando el ferrocarril que lo trasladará de prisión. Tiene las manos esposadas y viste el grotesco uniforme de los penados. Se agolpa a centímetros de su cara una banda morbosa de gente que se divierte insultándolo y escupiéndolo. De la cárcel de Wandsworth lo trasladan a la de Reading. Su identidad, durante los dos años de trabajos forzados se fija así: C.3.3.
C.3.3. fue educado en Trinity College y en Oxford, se casó con una hermosa mujer, Constance, de alma bella y protectora, fue padre de dos hijos y vivió y gozó la vida que imponía Londres para los privilegiados, no por prosapia, alcurnia ni heredad, sino por abrirse camino en el mundo del arte.
Los aplausos, el éxito de ventas, la notoriedad, las vinculaciones, un combo fabuloso y explosivo para un alma expansiva. Para un hombre libre.
El escritor, ese era su oficio y su arte, producía sin descanso y entre esa producción asomaban páginas eternas, hermosas, atrevidas, desafiantes, enigmáticas, irónicas.
Si Londres es la tierra de la ironía, este hermano sabía cómo moverse en sus caminos sin GPS, desafiaba a los desafiadores.
Pero ese Imperio que es capaz de parir el Punk y el Rock, como formas de arte en los márgenes, no soportaba el desafío a sus cánones morales. Y C.3.3. los desafiaba con su conducta.
En el pico de su fama, cuando sus obras teatrales se daban en todos los teatros y sus libros ocupaban más espacio que ninguno en las librerías, gozaba de pasar horas largas en compañía de jóvenes varones. Aristocrático, sibarita, flanneur, exquisito, los invitaba a salones elegantes, les compraba regalos, porque según sus palabras, disfrutaba de la juventud, la adoraba.
Al cruzarse los caminos con un Lord, el joven Alfred Douglas, la vida le cambió para siempre. El Marqués de Queensberry, padre de Lord Alfred, no aprobaba ese vínculo e hizo lo imposible por romperlo.
Tanto, que su ira fue creciendo y sus reclamos se hicieron cada vez más públicos, sea interrumpiendo en un estreno teatral de una obra escrita por C.3.3. con una cesta llena de verduras para arrojar o, dejando una esquela en uno de los clubes que frecuentaba con un texto que decía: “ para (nombre) que presume de sodomita”.
Eso fue demasiado, convencido que su comportamiento personal, sus convicciones y elecciones, no merecían semejante ofensa, decidió llevarlo a juicio.
Y sin saberlo comenzar su propio final.
A los 41 años C.3.3. debe defender su honor.
Será un camino largo que empieza con su juicio al Marqués por difamación, pero que al perderlo (“del principio al fin, el Marques de Queensburry en su proceder fue movido por una sola esperanza, la de salvar a su hijo…cualquier padre se alzaría en las mismas circunstancias” dice el veredicto unánime) se volverá en su contra con dos procesos posteriores en los que se indagará, ventilará y enjuiciará su conducta de manera pública y despiadada.
Ni bien comenzaron los dos juicios nuevos, la sociedad victoriana desató una tempestad encabezada por la prensa.
Sus acreedores obtuvieron un mandato judicial contra él y embargaron sus bienes, subastaron todos los objetos de su casa por chelines. Una banda de ladrones y explotadores de lo sensacionalista se metió en su intimidad, en sus cajones para robarse manuscritos, cartas y todo lo que encontraron en su camino.
El nombre de C.3.3. fue tomado en broma en la prensa como sinónimo de homosexual, y sus hijos fueron sacados del colegio por temor a contagio.
La prensa, una banda de testigos corrompidos y de muy baja condición, el saqueo a su casa, hacía pensar que ya estaba el veredicto antes de que siquiera se hiciesen los juicios.
“Ustedes tienen una obligación con la sociedad, por más apesadumbrados que se sientan por la caída moral de un hombre eminente. Esa obligación consiste en defender a la sociedad de tales escándalos, arrancando de su corazón una llaga que no dejaría con el tiempo de corromper y manchar a todos”.
C.3.3. se defendía con su arte, con sus respuestas cargadas de ironía, con sus finezas del lenguaje, pero ya no alcanzaba. Como en buena parte del juicio se leían fragmentos de su obra literaria para mostrar su costado más oscuro, él se defendía argumentando que es imposible hacer juicios morales sobre el arte, que las obras literarias están bien o mal escritas, pero no son morales o inmorales.
O se autoexcluía de hacer comentarios sobre sus verdugos diciendo que él no era nadie para juzgar la conducta de nadie.
Hacia el final pidieron un veredicto ejemplar con esta esperanza: “…que servirá para que este brillante irlandés, este distinguido hombre de letras pueda vivir entre nosotros una vida con honor y fama, y darnos en la madurez de su genio joyas literarias de las cuales las que nos dio en su primera juventud son solo promesas…”
Cumplió condena, y dejó Londres para siempre, con otro nombre se fue a Francia, intentó rehacer su vida con la ayuda de muy pocos amigos, pero al poco tiempo volvió a ver a su némesis, su amor prohibido, y todo volvió a ser oscuro. Su mujer, ya alejada pero todavía amorosa, le otorgaba una pensión, que cesaría en el momento en el que volviera a ver a Lord Alfred.
Enfermo, solo, sin plata, murió a los 46 años habiendo abrazado al final, quizá por fascinación con las obras de arte de una iglesia cercana, quizá por temor, el catolicismo.
Uno de los más grandes escritores universales, Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde, Oscar Wilde, dejaba De Profundis y la Balada de la cárcel de Reading como obras póstumas y desgarradoras.
La manipulación de la opinión pública para condenar antes que la justicia, los rígidos mandatos morales de la sociedad (en este caso la victoriana), pero por sobre todas las cosas la intolerancia, la incapacidad de ponerse en los zapatos del otro, acabaron con una vida.
La condena social, trabajada desde los medios de comunicación y hoy desde las redes sociales, la toma de partido, la manipulación de contenidos para llegar a conclusiones rápidas, de condena inmediata, son hoy un problema, pero también lo eran en los inicios del siglo pasado. Otros medios, mismas malas artes.
Hay un campo enorme para el trabajo de nuestros profesionales en estos temas, sensibles, complejos, pero fascinantes. No es para cualquiera, en medio están la vida pública, privada, el prestigio, de las personas, a veces, con desenlaces trágicos. Condenamos antes, guiados por historias, ficciones a veces.
La homosexualidad fue delito en Inglaterra hasta el año 1967.
El 24 de diciembre de 2013 la Reina Isabel II indultó a todos los condenados con un edicto real.